lunes, 27 de agosto de 2012

DOS Presion continuada


Frente a la huelga indefinida yo prefiero hablar de movilización permanente o presión continuada. Y, ahora sí, trataré de explicar en qué puede consistir tal movilización.


¿Existen actividades con instrumentos distintos que la huelga indefinida que sirvan para expresar el malestar de un colectivo, que visualicen sus protestas y sus denuncias con igual o mayor visibilidad pública y parecida contundencia.


Yo creo que si. He citado antes el ejemplo del boicot de los rectores, pero podríamos citar ahora la acción de Gordillo en Mercadona, y hay muchos más: por ejemplo, el encierro y huelga de los mineros, que al final han vuelto el trabajo, no habría sido tan visible sin las marchas a Madrid y el apoyo ciudadano que generaban a su paso.


Lo mismo se puede decir del 15M.  Consiguió una visibilidad importante sin hacer un solo día de huelga. Es más, ante la potencia icónica de la acampada en Sol, las huelgas no hubieran aportado nada nuevo ni mejor.


Se trata, lo repetiremos hasta la saciedad, de encontrar formas de publicitar nuestras demandas que no nos desgasten y que nos procuren aliados mientras aíslan al gobierno y le privan de apoyos electorales.


Aunque seguro que entre todos se nos ocurren múltiples  iniciativas imaginativas y llamativas, voy a romper el hielo con algunas ideas que se me han ocurrido este verano. Lo importante no son las ocurrencias concretas, sino la idea de continuar con acciones llamativas que nos cuesten poco.


Por si sirve de algo.


Uno de los grandes aciertos de las luchas del curso pasado fue la camiseta verde. Una camiseta que ya existía hace dos cursos y que fue popularizada por dos desafortunadas actuaciones del gobierno de Esperanza Aguirre.


La primera, expedientando a una funcionaria por llevarla en un colegio concertado durante la evaluación externa de sexto de primaria; la segunda, llevando al parlamento regional y a los tribunales una ridícula denuncia sobre enriquecimiento de sus promotores.

Esta última intervención fue el ejemplo más palpable del daño que les estaba hacienda esa presencia casi continua de las camisetas en la calle. La llamada “marea verde” ha sido un hallazgo mediático de valor incalculable.

Por eso, en mi propuesta se parte de continuar con esa campaña, tratando de hacer converger el máximo de iniciativas los mismos días: los días verdes, las jornadas de lucha verdes. Es mas, dado que otros colectivos están adoptando camisetas de otros colores, trataría de confluir en la semana del arco iris, sí, ya sé, un poco cursi, al menos una vez cada trimestre.


 Es indudable que propuestas de este tipo exige un mayor grado de preparación, coordinación y organización que los llamamientos retóricos a la huelga indefinida. Deben estar planificadas de antemano y formar parte de un calendario consensuado y ampliamente publicitado.


El calendario incluiría muchas de las iniciativas que el año pasado se desarrollaron en torno a fiestas, marchas en bicicletas, manifestaciones varias, eventos, pero que entonces se hicieron de una forma un poco descoordinada y sus efectos se difuminaron otro poco. Pienso que, si estuviesen centralizadas, darían la imagen de fortaleza del movimiento que se busca con una huelga clásica.


En vez de presentarlo como calendario de huelgas, yo lo presentaría como calendario de jornadas de lucha, jornadas verdes, y así se podría  incluir las fechas de huelga clásica con otras fechas de encierros, manifestaciones y actividades llamativas.


En cuanto a los encierros, por empezar por algún sitio, yo los convocaría en todos los centros el mismo día velando por la escuela publica e iniciaría después una especie de encierro permanente en algún sitio emblemático donde se estuviese leyendo de forma continuada  algún texto, desde la constitución o el quijote hasta obras pedaggicas o literarias o históricas, leyendo una pagina por profesor y buscando, además, que cada día leyera una personalidad publica, actor, músico, político, etc. Cada día estaría de guardia en el encierro un centro educativo (padres, estudiantes, profesores). Coste de la medida para el profesorado, mínimo.


Creo, en segundo lugar, que deberíamos retomar una iniciativa que se hizo en algunos barrios el año pasado, realizando actividades educativas un sábado al mes junto a las federaciones de padres y madres, las asociaciones de vecinos y los movimientos de renovación pedagógica de la zona. Creo que debería ser el mismo sábado para todas las zonas y barrios. Serían las aulas abiertas de refuerzo educativo verde y deberían formar parte del calendario de lucha.


En cuanto a acciones distintas que puedan atraer la atención mediática yo propondría que el primer día verde, o uno de los primeros, fuese una huelga simbólica (como simbólica fue la acción de Gordillo). Huelga porque sería publicitada como tal; huelga porque habría carteles y pancartas en los centros, llevaríamos pegatinas sobre nuestra camiseta verde y escribiríamos cartas a los padres y madres anunciando que estamos en huelga. Simbólica, porque no la realizaríamos.


Huelga simbólica principalmente porque no nos descontaría un euro la administración pero si nos descontaríamos nosotros una cantidad significativa que sería entregada a las AMPAS o a las FAPAS para crear un fondo con finalidad educativa: dicho fondo serviría, según los casos, para crear becas de comedor, becas para libros de texto o dotar las bibliotecas o cooperativas escolares.


Una iniciativa de este tipo, bien hecha, una especie de huelga a la japonesa, consigue la misma repercusión mediática que una huelga clásica, evita la guerra de cifras, posibilita un nuevo acto publicitario cuando se entreguen las cantidades recolectadas, nos acerca positivamente a padres y madres en lugar de enfrentarnos a ellos y plantea ante la sociedad no sólo que no somos insolidarios sino que estamos en contra de recortes que van a comerse las entidades financieras y los grandes defraudadores.


Frente a la huelga clásica con sus descuentos que nadie controla, y que, incluso, ya lo hemos citado, puede llegar a ayudar al gobierno en sus problemas de déficit, esta alternativa consigue alianzas y da un uso productivo a los descuentos.


Si la iniciativa se repitiese (bajo un nombre llamativo y nunca se debería hacer más de una por trimestre para no quemarlas) en esta segunda ocasión los € autodescontados podrían ir dirigidos a comprar espacios publicitarios durante varios días para informar de nuestras reivindicaciones en los medios de comunicación (prensa y radio).


Estas iniciativas, insisto, no deben estar reñidas con jornadas de huelga clásica pero, incluso entonces, creo que sería más eficaz si se le echara imaginación. Una huelga de tipo rotatorio, por comunidades autónomas si fuese estatal, por direcciones territoriales o, incluso, por ciclos, si fuese sólo de una comunidad autónoma, conseguiría una atención mediática y el consiguiente desgaste del gobierno, mayor que una única fecha. Convocar por ciclos (los tres ciclos de primaria, educación infantil, los dos ciclos de la secundaria obligatoria, bachillerato y formación profesional) permitiría tener el conflicto educativo en la opinión pública durante dos semanas con el coste salarial de un solo día. Y sumiría a las administraciones educativas en un pequeño caos porque descontar sería mucho más difícil.


Otra modalidad de huelga que pondría en marcha sería la huelga parcial de 15 minutos, al comienzo de la jornada escolar. Una huelga con los profesores concentrados en las puertas de los centros educativos y en las que se leería un manifiesto en torno al lema de la jornada. Por ejemplo, ¿qué tal el 20 de noviembre un manifiesto por la honestidad electoral?. Estoy seguro de que conseguirían impacto mediático, mínimo coste para el profesorado y erosionarían más al gobierno que una huelga clásica.


Otra ocurrencia. Al contrario de quienes defienden no realizar actividades extraescolares, contribuyendo a deteriorar aún más el servicio público educativo, yo propongo unificar algunos de los días de salida de manera que salgan todos los centros y, si es posible, en torno también a algún eje de referencia. Por ejemplo: los servicios públicos como instrumentos fundamentales de la democracia y salir a visitar unos, los hospitales, ambulatorios y centros de salud, otros, el canal Isabel II, la Renfe, el metro, los bomberos, la policía local, etc. etc.


En definitiva, se trata de buscar fórmulas impactantes que atraigan la atención de los medios durante todo el curso pues debemos prepararnos para una lucha larga. Esto no se va a ganar en dos semanas.

domingo, 26 de agosto de 2012

UNO la huelga indefinida


Como ocurriera en 1988 tras un curso de movilizaciones masivas que, sin embargo, no han modificado, apenas, las posiciones de las administraciones educativas, las voces más impacientes de entre los docentes reclaman una huelga indefinida. E, incluso, ya la han convocado sin esperar a conocer lo que dicen las asambleas o lo que opine la mayoría del profesorado.

Yo creo que es verdad que las asambleas están calientes, pero no es menos verdad que a las asambleas suele asistir una mínima parte del colectivo y esa mínima parte es el sector más radical o combativo o cabreado de los docentes.

A favor de la convocatoria de huelga indefinida juega la situación general, la indignación y el descontento que han generado las últimas actuaciones del gobierno. Y, sin embargo, si algo puede quedar claro tras los últimos recortes es que no va a haber soluciones sectoriales ni remedios parciales. Que no tiene ninguna posibilidad de triunfar una estrategia encaminada a defender la Renfe o salvar la sanidad porque el enfrentamiento es global, no es sectorial (diría más: es europeo, no nacional) y las posibilidades de victoria pasan por cambiar las políticas económicas: situar una alternativa a la austeridad injusta.

En cualquier caso, permítaseme presentar un punto de vista diferente acerca de lo que supone la movilización en los servicios públicos.

Empezaré con una provocación, pero os pido que espereis hasta el final para indignaros: la huelga es un instrumento de lucha del siglo XIX. Un siglo con escasos o nulos servicios públicos, que son conquistas de esas huelgas y otras luchas. Un instrumento útil cuando de lo que se trataba, aquí me vendría bien una cita de Marx, era de litigar con los patrones por la plusvalía. La huelga causaba un mal económico al patrón y por eso, lo he visto en el cine, aparecian los esquiroles, venidos de fuera de la empresa, entrando en la fábrica protegidos por la policía para volver a poner en marcha la producción.

Nada más lejano a la huelga en los servicios públicos en el siglo XXI, donde más que el daño económico, se persigue el coste político o electoral, el daño a la imagen que llevaría a la administración respectiva a negociar y ceder.

La huelga en los servicios públicos no disputa plusvalías. Disputa, en todo caso, poder, capacidad de decisión en la organización del trabajo, pero es, principal y fundamentalmente, una forma de protesta y denuncia. Tanto es así que, cínicamente, podríamos decir que, en el actual contexto de crisis y recortes, las huelgas en los sectores públicos han “beneficiado” económicamente la política del gobierno pues les ha supuesto nuevos ahorros salariales, vía descuentos por huelga y les han perjudicado, y mucho, política y electoralmente.

Situadas así las cosas, y si el lector ha tenido paciencia para aguantar tanto revisionismo, lo que cabe preguntarse es si la huelga es una forma más o menos útil, si es más o menos contundente.

Mi opinión es que quizás, según y como. Hay que analizar cada caso en concreto sin santificar ninguna medida a priori.

Por ejemplo, el curso pasado, apenas unos días después de que se celebrase, con notable seguimiento, la primera huelga de la democracia de todos los sectores educativos de la enseñanza pública, se produjo el boicot de los rectores universitarios al inefable ministro de educación. Pues bien, este boicot tuvo más efecto y mayor repercusión mediática que la huelga.

Y es que no podemos olvidar ni ignorar, si queremos acción transformadora y no meramente testimonial, que vivimos en sociedades mediáticas, mucho más desde la generalización de Internet. Cuando escribo esto, la huelga de Renfe ha castigado tanto o más a los ciudadanos que querían iniciar sus vacaciones, como al gobierno, ya bastante “baqueteado” por varios frentes.

Como medida de protesta se me ocurren otras muchas que habrían indignado menos a los usuarios, quizás les habrían granjeado su comprensión, habrían estigmatizado menos a los sindicatos y hubiesen tenido igual o mayor repercusión pública.

Ahora mismo yo no me atrevo a pronosticar con quién o contra quien se pondrán la mayoría de los padres, cuando, con el trasfondo de la permanente campaña contra funcionarios y sindicatos, se encuentren, tras dos meses y medio de vacaciones de sus hijos, que las clases no comienzan. Lo más probable, tal como está el patio, es que no se pongan a favor de nadie y arremetan contra todos.


La huelga indefinida nunca me ha parecido la más contundente de las medidas. Más bien, siempre he pensado que era el último estertor de un movimiento agónico. Quemar las naves y a ver qué pasa. Creo que es un fruto de la desesperación. Y yo todavía tengo esperanzas y ganas. Y estoy preparado para una lucha que será, lamentablemente, larga.


Nunca me ha convencido ese argumento de que la gente no va a las huelgas de dos días porque sabe que no sirven para nada y, sin embargo, si iría a una huelga de una semana o de un mes o... indefinida. Tururú. La gente tiene necesidades económicas y no solo ideológicas y busca el máximo beneficio con el mínimo coste.


No puedo hablar por otros pero en mi familia solo entra un sueldo, el mío, y no puedo permitirme estar un mes sin cobrar.


Y tampoco creo que una huelga indefinida sea una demostración de firmeza ni de la fortaleza de nuestra voluntad ni nada parecido.


Por el contrario, creo que exigen un sobreesfuerzo al colectivo, ya bastante golpeado por los recortes salariales, y que le someten a un lento desgaste que, para mí, es lo contrario de lo que debería ser una movilización. Esta debería posibilitar la acumulación de fuerzas y no un lento goteo de desenganches.


Porque de eso se trata: el conflicto debe perseguir el desgaste del oponente con el menor coste para nosotros. No quemar nuestras fuerzas sino administrarlas con eficiencia.


Finalmente, cuando se empieza una huelga indefinida se ha de saber cómo y cuándo acabar. ¿Vamos a seguirla hasta que el gobierno ceda? ¿O hasta que se nos acaben las fuerzas?.


En el primer caso, es necesario una plataforma reivindicativa clara para poder valorar cuánto hemos conseguido y decidir o no la continuidad. No se deben hacer las huelgas por cabreo, indignación o cansancio porque entonces sería aún más difícil convenir cuando hemos manifestado suficientemente nuestro malestar.


En el segundo caso, en el de continuar mientras tengamos fuerzas, también habría que fijar cuotas mínimas de seguimiento para que cuando uno abandone por pensar que somos pocos y cada vez menos, no lo acusen de cobarde, traidor y saboteador.


Lo bueno que tiene una convocatoria de huelga indefinida es que no necesita apenas preparación y no padece ningún coste para el convocante. Me explicaré. Quien convoca una huelga indefinida lo hace convencido de que existe un memorial de agravios y reivindicaciones que hace que la convocatoria caiga por su propio peso, no hace falta, apenas, el trabajo de convencimiento y difusión: basta con convocarla desde Internet. Quien no la sigue o es un traidor o un vendido o un conformista o un esquirol o todos esos adjetivos a la vez.


Y así, si la huelga indefinida no triunfa, la responsabilidad nunca es de quien la convoca, que tiene galones de sobresaliente combatividad, sino de los borregos que no la hemos seguido. "Ellos" ya han cumplido convocando. Y si otros hiciesen una convocatoria más limitado en el tiempo, "ellos" no la seguirían o lo harían a regañadientes, acusándolos de reformistas o de "convocar para lavarse la cara".


Esa es mi experiencia y como tal la cuento.