domingo, 13 de septiembre de 2009

Nuevo curso

Ahora que empieza el curso y aqui el comienzo es muy "curioso", con los niños uniformados y llevando flores a las maestras, voy a incluir algunos vinculos educativos. Feliz curso a mis amigos y amigas.

EL MOVIMIENTO COOPERATIVO DE ESCUELA POPULAR (MCEP) http://www.mcep.es/

FUNDACION DE INVESTIGACIONES EDUCATIVAS Y SOCIALES DE CC.OO. http://www.fieseducacion.org/

CAMPAÑA "NO ES VERDAD" http://www.firmasonline.com/1firmas/camp1.asp?C=1821


FIRMA POR LA SEPARACIÓN IGLESIAS - ESTADO

lunes, 6 de julio de 2009

la escuela de ayer y ¿de hoy?

Se acabó la escuela por este curso. Nuestros combativos quintacolumnistas, sí, Mariano tiene razón o, al menos, razones, se retiran hasta septiembre. Y a pesar de ellos, Javi ha aprobado: enhorabuena.

Yo siempre he mantenido que el gran olvidado de la pedagogia contemporanea es Herodes y en su honor transcribo esta parrafada de Zweig en su "El mundo de ayer" tan añorado por estos necios:

Porque, si he de ser sincero, toda mi época escolar no fue sino un aburrimiento constante y agotador que aumentaba de año en año debido a mi impaciencia por librarme de aquel fastidio rutinario. No recuerdo haberme sentido "alegre y feliz" en ningún momento de mis años escolares-monótonos, despiadados e insípidos-que nos amargaron a conciencia la época más libre y hermosa de la vida, hasta tal punto que, lo confieso, ni siquiera hoy logró evitar una cierta envidia cuando veo con cuánta felicidad, libertad e independencia pueden desenvolverse los niños de este siglo. Al observarlos, todavía se me antoja increíble que los niños de hoy hablen con sus maestros con toda la naturalidad del mundo y casi au pair, que corran a la escuela sin miedo y, no como nosotros, con una sensación constante de insuficiencia; que puedan hablar sin ambages, tanto en casa como en la escuela, de sus deseos e inclinaciones, propios de espíritus jóvenes y curiosos; son seres libres, independientes y naturales, todo lo contrario que nosotros, que, en cuanto pisábamos la casa odiada, teníamos que-como quien dice-recogernos sobre nosotros mismos para no topar de cabeza con el invisible yugo. Para nosotros, la escuela era una obligación, una monotonía tediosa, un lugar donde se tenía que asimilar, en dosis exactamente medidas, la "ciencia de todo cuanto no vale la pena saber", unas materias escolásticas o escolastizadas que para nosotros no tenían relación alguna con el mundo real ni con nuestros intereses personales. Era un aprendizaje apático insulso, dirigido no hacia la vida sino al aprendizaje en sí, cosas que nos imponía la vieja pedagogía. Y el único momento realmente feliz y alegre que debo a la escuela fue el día en que sus puertas se cerraron a mi espalda para siempre.


No es que nuestras escuelas austriacas fueron intrínsecamente malas. Todo lo contrario: el "plan de estudios", como se llama ahora, era fruto de una experiencia secular, y si se hubiese llevado a la práctica de una manera atractiva y estimulante, habría podido constituir la base de una educación fructífera y bastante universal. Pero precisamente el hecho de que se ciñeran a pies juntillas a un plan tan estricto y a su fría esquematización, convertía nuestras horas lectivas en espantosamente áridas y muertas: el desalmado aparato de enseñanza no se ajustaba al individuo y, como una máquina automática, demostraba tan sólo, con las calificaciones de "bien, aprobado y suspenso", hasta qué punto los alumnos habían correspondido a las "exigencias" del plan de estudios. Pero precisamente esa falta de sensibilidad humana, esa fría falta de personalidad y ese trato digno de un cuartel fueron los elementos que desencadenaron en nosotros una exasperación inconsciente. Estábamos obligados a aprender la lección y nos examinaban para comprobar lo que habíamos aprendido; en los ocho años, ningún maestro nos preguntó siquiera una vez que queríamos aprender, y brilló completamente por su ausencia ese entusiasmo estimulante que todo joven anhela en secreto.


…… nuestros maestros tampoco tenían la culpa del desolador ambiente que reinaba en aquella casa. No eran ni buenos ni malos, ni tiranos ni compañeros solícitos, sino unos pobres diablos que, esclavizados por el sistema y sometidos a un plan de estudios impuesto por las autoridades, estaban obligados a impartir su "lección"-igual que nosotros a aprenderla-y que, eso sí que se veía claro, se sentían tan felices como nosotros cuando, al mediodía, sonaba la campana que nos liberaba todos. No nos querían ni nos odiaban, aunque tampoco había motivos para ninguno de estos sentimientos, pues no sabían nada de nosotros; aún al cabo de varios años, con excepción de unos pocos, seguían sin conocernos por el nombre: según el método pedagógico al uso en aquel entonces, lo único de lo que se tenían que preocupar era del número de errores que había cometido "el alumno" en el último ejercicio. Ello se sentaban arriba, en la tarima, y nosotros, abajo; ellos estaban allí para preguntar y nosotros, para contestar; aparte de ésta, no existía entre los dos colectivos relación alguna. Y es que entre el maestro y el alumno, entre la tarima y los bancos, entre el alto visible y el bajo igual de visible se levantaba la invisible barrera de la "Autoridad" que impedía cualquier contacto. Que un maestro considerarse al alumno como un individuo que exigía un trato específico, acorde con sus características personales, o que redactarse, como se hace hoy en día, unos informes detallados sobre él, habría supuesto un trabajo muy superior a las atribuciones y capacidades de nuestros pedagogos; por otro lado, una conversación privada habría socavado su autoridad, pues con tal cosa habría colocado a los alumnos a su mismo nivel, que en vano era "superior"'.

Y os remito a un manifiesto ("No es verdad") de un grupo que, al menos, no comparte el cutre discurso dominante en nuestros claustros: http://www.firmasonline.com/1firmas/camp1.asp?C=1821
Y, como no, a los compañeros del MCEP, que discuten a partir de mañana en León el borrrador de una nueva carta de la escuela moderna. Mucha suerte y buen trabajo: http://www.mcep.es/congresos/nuevacartaescuelamoderna.pdf